2 de septiembre de 2010

torre de Pisa


Mis pasos me llevaron hoy, ya en el camino de vuelta a casa, a dar un pequeño rodeo y pasar por Pisa, a ver la famosa torre.

El recorrido hasta allí, una vez abandonados los Apeninos, ha sido de los más incómodos del viaje. Me explico: mucho calor (estoy mal acostumbrado), carretera de costa que atraviesa decenas de pueblos "Torremolinos´s Style" donde la circulación es lenta e incómoda (debido a los cientos de playeros que obstruyen el paso armados con colchones hinchables, tumbonas plegables, barbacoas portátiles, etc...), falta de atención en el tráfico debido al desfile de bikinis y pieles tostadas (casi me como un pato hinchable más grande que mi moto, que cruzaba sin mirar de la mano de una señora, mientras probaba el límite de giro de mi cuello siguiendo a una morena....). En esas condiciones el traje de la moto me pesaba como el de un antronauta, y el ventilador del motor no dejó de evacuar aire ardiendo tostándome la pantorrilla derecha. Para colmo, dispuesto como estaba a deshacerme del equipo y tirarme al agua en calzoncillos en la primera calita tranquila que encontrase, tuve que desistir de mi idea, puesto que aquí todas las playas están valladas, y hay que pagar la entrada a una especie de chiringuitos "chill out", que con el pretexto de ofrecerte una serie de servicios (aseos, alquiler de tumbonas, bar...), te cobran no menos de 7€ por darte un chapuzón!.

En fin, con más pena que gloria llegué por fin a Pisa. Tras encajar mi moto en un aparcamiento abarrotado de scooters (literalmente, se mantenía de pié sin ponerle el caballete....), me introduje en el recinto amurallado del conjunto histórico de la ciudad, donde podemos encontrar la torre inclinada y la catedral (preciosa). La torre, al margen de su nada despreciable inclinación (en persona, al pie de la estructura, impresiona bastante), no me pareció gran cosa. Si, es bonita, pero está claro que su fama se debe únicamente a que está inclinada (4 grados!) y parece que se fuese a caer, porque en persona es mucho más pequeña y simple de lo que uno se imagina. Claro que tampoco es que tuviese mayores pretensiones en su origen, pues se trata solamente del campanario de la catedral. Aunque, la verdad, el conjunto con los otros edificios, todo en marmol blanco, sobre esa extensión de cesped, rodeado de la muralla, aislado de cualquier edificio moderno... es precioso. Si no fuese por los puestos de souvenirs y los cientos de turistas, al atravesar el arco de entrada al recinto la sensasión es de 900 años de retroceso en el tiempo.

Lo más gracioso de la visita ha sido ver, desde un punto de vista distinto al de la cámara, las decenas de personas que posan para hacerse una foto "sugetando" la torre. En algunos casos es para partirse de risa, porque se lo toman muy en serio, y en ocasiones el fotógrafo incluso se enfada con su modelo, pues no sigue correctamente sus indicaciones ("no... la mano más arriba, la cabeza atrás... así no! ahoooora, eeeeso... no,no, pero la pierna más alta... vale, vale, no te muevas!... mierda, se cruzó ese capullo!"). Oir estas indicaciones, en no menos de cinco lenguas diferentes, pero con instrucciones similares, es bastante curioso.

Por la tarde, y tras zamparme un platazo de pasta con salsa boloñesa (me piace tantissimo!), me dispuse a recorrer la costa hacia el oeste, con destino a Mónaco, última etapa importante de un viaje que espira...

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