2 de septiembre de 2010

fin


Escribo estas líneas sentado a la orilla del mar, en Castell de Ferro (costa de Granada). He venido directo desde Montecarlo en poco más de 24 horas, pasando la noche en un pinar de Tarragona.

Aquí concluye mi viaje.

Han sido dos meses apasionantes, de buenos momentos, de escenas inolvidables... pero también, en ocasiones, difíciles.

Un recorrido lleno de momentos de soledad, de reflexión, de búsqueda...

Un camino en el que ha estado presente el recuerdo de un amor que dejaba atrás, para siempre, y que me llenaba de pesar.

Un sendero hacia lo desconocido, que me enfrentó a mis miedos, a mis dudas...

Una vía hacia el descubrimiento de lugares increíbles, de personas maravillosas. De experiencias únicas.

Una ruta de aventura, de superación, de esfuerzo.

Un reto que se renovaba día a día, imponiéndome nuevas metas, nuevos aprendizajes.

Un viaje que me ha llevado a recorrer 12 países y 11500 km.

Y una comunicación con vosotros, a través de éstas páginas, que me ha hecho sentirme siempre acompañado, y que termina también aquí.

Llegó el momento de reflexionar acerca de las experiencias vividas, de lo que sentí a lo largo del recorrido, y de sacar conclusiones. Supongo que, como cuando vas al cine y ves una historia realmente buena, justo después de terminar no eres capaz de asimilar la trama completa, y durante varias noches te acompañan imágenes, escenas que aún no terminas de entender del todo.

Yo, que siempre actúo escuchado mi corazón, y no pocas veces he deseado ser más cerebral, más racional, menos arriesgado... para sufrir menos... me he alegrado intensamente en esta ocasión de seguir uno de esos impulsos, el que me llevó a montarme en la moto y emprender este camino sin mirar atrás, y a vivir una de las mejores experiencias de mi vida. Y ahora, aunque me invade un sentimiento de nostalgia por todo aquello que viví en este tiempo, cierro los ojos, respiro profundamente sintiendo la brisa del mar, y mientras pasan por mi mente cientos de imágenes, pienso:

el viaje continúa...

soñé que era mía


Una vez soñé que era mía.

Soñé que la alcanzaba.

Soñé que la recorría, lentamente, sin prisas, recreándome en sus valles, en sus colinas...

Soñé que la poseía, y entonces se paraba el tiempo, todo a mi alrededor se hacía más intenso, se afinaban mis sentidos, mis movimientos, volviéndome casi felino.

Soñé que me impregnaba de su aroma, de su sabor... que sentía su brisa a veces cálida, a veces fresca, a veces suave, a veces intensa...

Soñé que la escuchaba, que la entendía.

Soñé que la descubría, y me descubría en ella, en mis palabras, en mis gestos... en mis pensamientos.

Soñé que me sorprendía, que me desvelaba sus misterios.

Soñé que estaba desnudo ante ella, que me traspasaba, que no podía mostrarme sino tal y como era.

Una vez soñé que la deseaba, que la anhelaba, que la necesitaba... soñé que encontraba mi refugio en ella, mi hogar, mi consuelo.

Soñé que me ayudaba a encontrar respuestas, sosiego...

Una vez soñé que era mía, y al despertar ya no era el mismo. Mi imagen reflejada en el espejo era distinta, había una serenidad en la mirada, una media sonrisa apenas perceptible, una paz... que habían sustituido a las dudas, la angustia y las preguntas sin respuesta. Me cuestionaba, sin palabras, si sólo había sido un sueño...

Una vez soñé... que Europa era mía...

Mónaco, circuito urbano


Carretera que serpentea la línea de la costa, al margen de la montaña, flanqueada por acantilados que caen al mar. Pueblecitos encaramados a la roca, alegres, coloridos, bañados por una luz intensa, clara, reflejada en el azul profundo del mediterráneo. La Riviera francesa.

Ruedo deprisa, haciendo rugir la moto a la salida de las curvas... el sonido del motor devuelto por la pared de roca se mezcla con el del viento húmedo y cálido que penetra por mi chaqueta abierta y traspasa mi cuerpo... con la mirada fija en la línea tumbada del horizonte, donde el mar y el cielo se fusionan... olor intenso a pino, a mar... Concentrado en la sucesión interminable de curvas, sintiendo cada pequeña rugosidad del asfalto como si fuese descalzo, desnudo.

Llego a Mónaco, cayendo desde lo alto de la colina a la que se aferra la ciudad, altiva, orgullosa, resplandeciente. Desciendo por un intrincado laberinto de calles de pendiente imposible, desde donde observo la bahía, los edificios, los barcos... Circulo despacio por las calles del centro, asombrado, boquiabierto ante tanta riqueza, tanto lujo. Los coches, los edificios, las tiendas... todo refleja poder, dinero. Estoy en el puerto deportivo. Las embarcaciones parecen sacadas de una película de 007, se acentúan las sensaciones anteriores.

Y lo reconozco, lo he visto tantas veces por la tele... ese asfalto, esos pianos rojos y blancos marcados de goma negra, esa subida ligeramente escorada hacia la izquierda... el trazado del circuito urbano del Gran Premio de Mónaco. Coloco la cámara en la maleta izquierda, me ajusto la chaqueta, el casco, los guantes... la moto sale disparada cuando suelto el embrague... y la dejo ir, libre, a surcar el mítico recorrido por las calles de la ciudad.

torre de Pisa


Mis pasos me llevaron hoy, ya en el camino de vuelta a casa, a dar un pequeño rodeo y pasar por Pisa, a ver la famosa torre.

El recorrido hasta allí, una vez abandonados los Apeninos, ha sido de los más incómodos del viaje. Me explico: mucho calor (estoy mal acostumbrado), carretera de costa que atraviesa decenas de pueblos "Torremolinos´s Style" donde la circulación es lenta e incómoda (debido a los cientos de playeros que obstruyen el paso armados con colchones hinchables, tumbonas plegables, barbacoas portátiles, etc...), falta de atención en el tráfico debido al desfile de bikinis y pieles tostadas (casi me como un pato hinchable más grande que mi moto, que cruzaba sin mirar de la mano de una señora, mientras probaba el límite de giro de mi cuello siguiendo a una morena....). En esas condiciones el traje de la moto me pesaba como el de un antronauta, y el ventilador del motor no dejó de evacuar aire ardiendo tostándome la pantorrilla derecha. Para colmo, dispuesto como estaba a deshacerme del equipo y tirarme al agua en calzoncillos en la primera calita tranquila que encontrase, tuve que desistir de mi idea, puesto que aquí todas las playas están valladas, y hay que pagar la entrada a una especie de chiringuitos "chill out", que con el pretexto de ofrecerte una serie de servicios (aseos, alquiler de tumbonas, bar...), te cobran no menos de 7€ por darte un chapuzón!.

En fin, con más pena que gloria llegué por fin a Pisa. Tras encajar mi moto en un aparcamiento abarrotado de scooters (literalmente, se mantenía de pié sin ponerle el caballete....), me introduje en el recinto amurallado del conjunto histórico de la ciudad, donde podemos encontrar la torre inclinada y la catedral (preciosa). La torre, al margen de su nada despreciable inclinación (en persona, al pie de la estructura, impresiona bastante), no me pareció gran cosa. Si, es bonita, pero está claro que su fama se debe únicamente a que está inclinada (4 grados!) y parece que se fuese a caer, porque en persona es mucho más pequeña y simple de lo que uno se imagina. Claro que tampoco es que tuviese mayores pretensiones en su origen, pues se trata solamente del campanario de la catedral. Aunque, la verdad, el conjunto con los otros edificios, todo en marmol blanco, sobre esa extensión de cesped, rodeado de la muralla, aislado de cualquier edificio moderno... es precioso. Si no fuese por los puestos de souvenirs y los cientos de turistas, al atravesar el arco de entrada al recinto la sensasión es de 900 años de retroceso en el tiempo.

Lo más gracioso de la visita ha sido ver, desde un punto de vista distinto al de la cámara, las decenas de personas que posan para hacerse una foto "sugetando" la torre. En algunos casos es para partirse de risa, porque se lo toman muy en serio, y en ocasiones el fotógrafo incluso se enfada con su modelo, pues no sigue correctamente sus indicaciones ("no... la mano más arriba, la cabeza atrás... así no! ahoooora, eeeeso... no,no, pero la pierna más alta... vale, vale, no te muevas!... mierda, se cruzó ese capullo!"). Oir estas indicaciones, en no menos de cinco lenguas diferentes, pero con instrucciones similares, es bastante curioso.

Por la tarde, y tras zamparme un platazo de pasta con salsa boloñesa (me piace tantissimo!), me dispuse a recorrer la costa hacia el oeste, con destino a Mónaco, última etapa importante de un viaje que espira...

30 de agosto de 2010

l'ho fatto io


La mejor cena del viaje! En un pueblecito perdido en la Toscana, a los pies de los montes Apeninos, he parado en una especie de bar (único del pueblo), buscando algo de comer, pues en el cartel de la puerta se anuncian paninos (bocadillos).

La mujer que me atendió, me dice que se le han acabado los paninos, que no tiene nada hasta el día siguiente. Viéndome la reacción en la cara, me dice que ella ha cocinado para su familia, que si quiero me puede sacar algo. Creo que me hice entender bastante bien en mi itañolo (signora, estoy "enmayao", me mangio qualcosa...), pues la buena mujer apareció sonriente con dos trozos de lasaña y una especie de pisto.

Le dije (sinceramente) que era la mejor lasaña que había probado nunca, y que el pisto (peperonata se llamaba) estaba delicioso. Ella, orgullosa, no paraba de decir "l'ho fatto io, l'ho fatto io...", que ella lo ha hecho todo, que las verduras son de su huerta, y los huevos de sus gallinas. Cuando apareció una abuelita que resultó ser su suegra, la cogió del brazo hasta la puerta, le enseñó las pegatinas de mi moto, y le dijo que de todos esos países la mejor lasaña que yo había probado era la suya (supongo que pensaba que hacen lasaña en Suecia o en Chequia...).

Cuando me fuí, me regaló un trozo de pastel casero de melocotón, para perder la cabeza... Me lo comí a la mañana siguiente desayunando en el bosque, pues me lo había envuelto en papel de aluminio y todo.

Un encanto de señora y una comida riquísima...

una zanja


Uno de los momentos más duros con la moto en lo que va de viaje ha sido salir esta mañana del atolladero en el que me había metido.

Un pequeño error de navegación al atravesar el bosque en el que había pasado la noche, buscando la carretera, me hizo meterme en una profunda zanja. Puesto que seguir adelante era imposible, pues se vehía interrumpida a los pocos metros por un gran terraplén, la única opción era dar media vuelta y buscar otra alternativa.

En un reconocimiento a pie tracé una trayectoria de salida que me pareció viable... descargué la moto de todo el peso posible (baúl, maletas, bolsas...), e intenté darle la vuelta. Imposible. La zanja tenía forma de "V", y la inclinación también era importante, así que o levantaba la moto en peso para darle la vuelta (incluso descargada, con el depósito lleno, ronda los 200 kg), o intentaba salir en diagonal (con la moto muy inclinada hacia el lado de la pendiente).

Finalmene así fué como logré salir, con un pie apoyado en tierra y el otro en vacío (el del lado de la zanja), acelerando a tope y con la rueda derrapando, y empujando con todas mis fuerzas. Tan grande fué el esfuerzo, que salí gritando como un loco, completamente empapado en sudor, y exhausto... pero muy contento de haber salido del problema, pues en más de una ocasión durante la maniobra, atascado y desesperado, creí imposible sacar la moto de allí.

En este vídeo podéis ver parte del recorrido por el bosque (muy frondoso), y el momento (al final) en que me quedo atascado.

vídeos del viaje: explorando los Apeninos



vídeos del viaje: estrenando mi nueva tienda

Hay que ver la de tiempo que me sobra ahora con la nueva tienda instantánea...

montes Apeninos


El recorrido de hoy me ha llevado desde la casa de David, en Milán, hasta un pequeño claro en un bosque de almendros, en un ricón de la Toscana, desde donde escribo estas líneas, de nuevo metido en mi tienda (estrenando una nueva, por cierto...).
He cruzado los montes Apeninos en moto por segunda vez en mi vida. La primera vez fué por el famoso "Passo Della Futa", desde Bolonia a Florencia, hace cuatro años. En esta ocasión por un paso menos conocido (y encima no recuerdo el nombre...), ubicado en la intersección de la cordillera con una línea recta imaginaria que uniese Milán y Pisa (mi próximo destino).
He disfrutado plenamente de la conducción, trazando las curvas suavemente, con cariño, como deslizando un pincel sobre un lienzo blanco, dibujando los rizos de un cabello dorado, del tono de la última luz de la tarde, que colorea el bosque y la franja inferior del cielo, y te hace entornar los ojos levemente.
He rodado despacio, sin prisas, dejando correr la moto en las curvas con marchas largas, sin fuertes retenciones, tan sólo fluyendo a través del asfalto como las nuevas imágenes lo hacían por mi mente. Absorto en mis pensamientos, con la vista al fente sin fijarme en nada concreto, conduciendo sin pensar, como escuchando una música de fondo a la que no prestas atención, pero que sientes está ahí.
Aquí me siento como en casa, pues el paisaje de bosque mediterráneo y montaña me recuerda mucho a la Alpujarra. A la salida de las curvas casi puedo oir el rugido de la Ducati de Chema, acelerando poderosa, como si ascendiésemos rodando juntos, como tantas veces, rumbo a Bubión, a la espalda de Sierra Nevada. Este recuerdo me lleva a añorar a mi amigo, y aquella tierra sorprendente donde puedes respirar la brisa del mar desde una montaña nevada.
Aquí tienes la misma sensación, lo que convierte este lugar en un sitio tan especial para mí.
Y ahora, en silencio, cubierto ya por el manto oscuro de la noche, oyendo el canto de los grillos y el sonido de las hojas de los árboles al mecerse suavemente, pienso en los contrastes de este viaje. Anoche, en compañía de una chica preciosa, charlando relajados en uno de los locales de "gente guapa" de Milán (carísimo), llevando camisa, recien duchado y afeitado. Y hoy, perdido en mitad de un bosque, en una tienda de campaña, sin otro aseo que lavarme cara, manos y dientes con una cantimplora de agua.
Y al lado de la tienda, la misma moto en cuyo espejo me daba anoche los últimos retoques en el pelo (nada que hacer, está ya fuera de control y parezco Jack Nicholson en "El Resplandor"), aparcada en la acera en el centro de Milán, y que luego nos llevó de paseo por sus calles. La misma que me ha traido hasta aquí, un par de kilómetros fuera de pista, atravesando el frondoso bosque, sorteando zanjas, piedras, troncos caídos...
Contrastes de un viaje en el que estoy, o eso intento al menos, abierto a disfrutar lo que venga en cada momento...

curiosidades del viaje: flores de zanahoria


Paseando por el centro de Milán nos topamos con este artista, que transforma trozos de patata, remolacha, cebolla o zanahoria en preciosas flores... Dotado de materia prima e insrtumentos básicos, sentado tranquilo en el suelo, va dando forma a sus creaciones... absorto en sus pensamientos, ajeno a cuanto le rodea, sin prestar atención a las escasas monedas que de vez en cuando alguien le deja caer.

Su mirada era triste, su postura abatida, su aspecto humilde... sus flores magníficas.