2 de septiembre de 2010

fin


Escribo estas líneas sentado a la orilla del mar, en Castell de Ferro (costa de Granada). He venido directo desde Montecarlo en poco más de 24 horas, pasando la noche en un pinar de Tarragona.

Aquí concluye mi viaje.

Han sido dos meses apasionantes, de buenos momentos, de escenas inolvidables... pero también, en ocasiones, difíciles.

Un recorrido lleno de momentos de soledad, de reflexión, de búsqueda...

Un camino en el que ha estado presente el recuerdo de un amor que dejaba atrás, para siempre, y que me llenaba de pesar.

Un sendero hacia lo desconocido, que me enfrentó a mis miedos, a mis dudas...

Una vía hacia el descubrimiento de lugares increíbles, de personas maravillosas. De experiencias únicas.

Una ruta de aventura, de superación, de esfuerzo.

Un reto que se renovaba día a día, imponiéndome nuevas metas, nuevos aprendizajes.

Un viaje que me ha llevado a recorrer 12 países y 11500 km.

Y una comunicación con vosotros, a través de éstas páginas, que me ha hecho sentirme siempre acompañado, y que termina también aquí.

Llegó el momento de reflexionar acerca de las experiencias vividas, de lo que sentí a lo largo del recorrido, y de sacar conclusiones. Supongo que, como cuando vas al cine y ves una historia realmente buena, justo después de terminar no eres capaz de asimilar la trama completa, y durante varias noches te acompañan imágenes, escenas que aún no terminas de entender del todo.

Yo, que siempre actúo escuchado mi corazón, y no pocas veces he deseado ser más cerebral, más racional, menos arriesgado... para sufrir menos... me he alegrado intensamente en esta ocasión de seguir uno de esos impulsos, el que me llevó a montarme en la moto y emprender este camino sin mirar atrás, y a vivir una de las mejores experiencias de mi vida. Y ahora, aunque me invade un sentimiento de nostalgia por todo aquello que viví en este tiempo, cierro los ojos, respiro profundamente sintiendo la brisa del mar, y mientras pasan por mi mente cientos de imágenes, pienso:

el viaje continúa...

soñé que era mía


Una vez soñé que era mía.

Soñé que la alcanzaba.

Soñé que la recorría, lentamente, sin prisas, recreándome en sus valles, en sus colinas...

Soñé que la poseía, y entonces se paraba el tiempo, todo a mi alrededor se hacía más intenso, se afinaban mis sentidos, mis movimientos, volviéndome casi felino.

Soñé que me impregnaba de su aroma, de su sabor... que sentía su brisa a veces cálida, a veces fresca, a veces suave, a veces intensa...

Soñé que la escuchaba, que la entendía.

Soñé que la descubría, y me descubría en ella, en mis palabras, en mis gestos... en mis pensamientos.

Soñé que me sorprendía, que me desvelaba sus misterios.

Soñé que estaba desnudo ante ella, que me traspasaba, que no podía mostrarme sino tal y como era.

Una vez soñé que la deseaba, que la anhelaba, que la necesitaba... soñé que encontraba mi refugio en ella, mi hogar, mi consuelo.

Soñé que me ayudaba a encontrar respuestas, sosiego...

Una vez soñé que era mía, y al despertar ya no era el mismo. Mi imagen reflejada en el espejo era distinta, había una serenidad en la mirada, una media sonrisa apenas perceptible, una paz... que habían sustituido a las dudas, la angustia y las preguntas sin respuesta. Me cuestionaba, sin palabras, si sólo había sido un sueño...

Una vez soñé... que Europa era mía...

Mónaco, circuito urbano


Carretera que serpentea la línea de la costa, al margen de la montaña, flanqueada por acantilados que caen al mar. Pueblecitos encaramados a la roca, alegres, coloridos, bañados por una luz intensa, clara, reflejada en el azul profundo del mediterráneo. La Riviera francesa.

Ruedo deprisa, haciendo rugir la moto a la salida de las curvas... el sonido del motor devuelto por la pared de roca se mezcla con el del viento húmedo y cálido que penetra por mi chaqueta abierta y traspasa mi cuerpo... con la mirada fija en la línea tumbada del horizonte, donde el mar y el cielo se fusionan... olor intenso a pino, a mar... Concentrado en la sucesión interminable de curvas, sintiendo cada pequeña rugosidad del asfalto como si fuese descalzo, desnudo.

Llego a Mónaco, cayendo desde lo alto de la colina a la que se aferra la ciudad, altiva, orgullosa, resplandeciente. Desciendo por un intrincado laberinto de calles de pendiente imposible, desde donde observo la bahía, los edificios, los barcos... Circulo despacio por las calles del centro, asombrado, boquiabierto ante tanta riqueza, tanto lujo. Los coches, los edificios, las tiendas... todo refleja poder, dinero. Estoy en el puerto deportivo. Las embarcaciones parecen sacadas de una película de 007, se acentúan las sensaciones anteriores.

Y lo reconozco, lo he visto tantas veces por la tele... ese asfalto, esos pianos rojos y blancos marcados de goma negra, esa subida ligeramente escorada hacia la izquierda... el trazado del circuito urbano del Gran Premio de Mónaco. Coloco la cámara en la maleta izquierda, me ajusto la chaqueta, el casco, los guantes... la moto sale disparada cuando suelto el embrague... y la dejo ir, libre, a surcar el mítico recorrido por las calles de la ciudad.

torre de Pisa


Mis pasos me llevaron hoy, ya en el camino de vuelta a casa, a dar un pequeño rodeo y pasar por Pisa, a ver la famosa torre.

El recorrido hasta allí, una vez abandonados los Apeninos, ha sido de los más incómodos del viaje. Me explico: mucho calor (estoy mal acostumbrado), carretera de costa que atraviesa decenas de pueblos "Torremolinos´s Style" donde la circulación es lenta e incómoda (debido a los cientos de playeros que obstruyen el paso armados con colchones hinchables, tumbonas plegables, barbacoas portátiles, etc...), falta de atención en el tráfico debido al desfile de bikinis y pieles tostadas (casi me como un pato hinchable más grande que mi moto, que cruzaba sin mirar de la mano de una señora, mientras probaba el límite de giro de mi cuello siguiendo a una morena....). En esas condiciones el traje de la moto me pesaba como el de un antronauta, y el ventilador del motor no dejó de evacuar aire ardiendo tostándome la pantorrilla derecha. Para colmo, dispuesto como estaba a deshacerme del equipo y tirarme al agua en calzoncillos en la primera calita tranquila que encontrase, tuve que desistir de mi idea, puesto que aquí todas las playas están valladas, y hay que pagar la entrada a una especie de chiringuitos "chill out", que con el pretexto de ofrecerte una serie de servicios (aseos, alquiler de tumbonas, bar...), te cobran no menos de 7€ por darte un chapuzón!.

En fin, con más pena que gloria llegué por fin a Pisa. Tras encajar mi moto en un aparcamiento abarrotado de scooters (literalmente, se mantenía de pié sin ponerle el caballete....), me introduje en el recinto amurallado del conjunto histórico de la ciudad, donde podemos encontrar la torre inclinada y la catedral (preciosa). La torre, al margen de su nada despreciable inclinación (en persona, al pie de la estructura, impresiona bastante), no me pareció gran cosa. Si, es bonita, pero está claro que su fama se debe únicamente a que está inclinada (4 grados!) y parece que se fuese a caer, porque en persona es mucho más pequeña y simple de lo que uno se imagina. Claro que tampoco es que tuviese mayores pretensiones en su origen, pues se trata solamente del campanario de la catedral. Aunque, la verdad, el conjunto con los otros edificios, todo en marmol blanco, sobre esa extensión de cesped, rodeado de la muralla, aislado de cualquier edificio moderno... es precioso. Si no fuese por los puestos de souvenirs y los cientos de turistas, al atravesar el arco de entrada al recinto la sensasión es de 900 años de retroceso en el tiempo.

Lo más gracioso de la visita ha sido ver, desde un punto de vista distinto al de la cámara, las decenas de personas que posan para hacerse una foto "sugetando" la torre. En algunos casos es para partirse de risa, porque se lo toman muy en serio, y en ocasiones el fotógrafo incluso se enfada con su modelo, pues no sigue correctamente sus indicaciones ("no... la mano más arriba, la cabeza atrás... así no! ahoooora, eeeeso... no,no, pero la pierna más alta... vale, vale, no te muevas!... mierda, se cruzó ese capullo!"). Oir estas indicaciones, en no menos de cinco lenguas diferentes, pero con instrucciones similares, es bastante curioso.

Por la tarde, y tras zamparme un platazo de pasta con salsa boloñesa (me piace tantissimo!), me dispuse a recorrer la costa hacia el oeste, con destino a Mónaco, última etapa importante de un viaje que espira...

30 de agosto de 2010

l'ho fatto io


La mejor cena del viaje! En un pueblecito perdido en la Toscana, a los pies de los montes Apeninos, he parado en una especie de bar (único del pueblo), buscando algo de comer, pues en el cartel de la puerta se anuncian paninos (bocadillos).

La mujer que me atendió, me dice que se le han acabado los paninos, que no tiene nada hasta el día siguiente. Viéndome la reacción en la cara, me dice que ella ha cocinado para su familia, que si quiero me puede sacar algo. Creo que me hice entender bastante bien en mi itañolo (signora, estoy "enmayao", me mangio qualcosa...), pues la buena mujer apareció sonriente con dos trozos de lasaña y una especie de pisto.

Le dije (sinceramente) que era la mejor lasaña que había probado nunca, y que el pisto (peperonata se llamaba) estaba delicioso. Ella, orgullosa, no paraba de decir "l'ho fatto io, l'ho fatto io...", que ella lo ha hecho todo, que las verduras son de su huerta, y los huevos de sus gallinas. Cuando apareció una abuelita que resultó ser su suegra, la cogió del brazo hasta la puerta, le enseñó las pegatinas de mi moto, y le dijo que de todos esos países la mejor lasaña que yo había probado era la suya (supongo que pensaba que hacen lasaña en Suecia o en Chequia...).

Cuando me fuí, me regaló un trozo de pastel casero de melocotón, para perder la cabeza... Me lo comí a la mañana siguiente desayunando en el bosque, pues me lo había envuelto en papel de aluminio y todo.

Un encanto de señora y una comida riquísima...

una zanja


Uno de los momentos más duros con la moto en lo que va de viaje ha sido salir esta mañana del atolladero en el que me había metido.

Un pequeño error de navegación al atravesar el bosque en el que había pasado la noche, buscando la carretera, me hizo meterme en una profunda zanja. Puesto que seguir adelante era imposible, pues se vehía interrumpida a los pocos metros por un gran terraplén, la única opción era dar media vuelta y buscar otra alternativa.

En un reconocimiento a pie tracé una trayectoria de salida que me pareció viable... descargué la moto de todo el peso posible (baúl, maletas, bolsas...), e intenté darle la vuelta. Imposible. La zanja tenía forma de "V", y la inclinación también era importante, así que o levantaba la moto en peso para darle la vuelta (incluso descargada, con el depósito lleno, ronda los 200 kg), o intentaba salir en diagonal (con la moto muy inclinada hacia el lado de la pendiente).

Finalmene así fué como logré salir, con un pie apoyado en tierra y el otro en vacío (el del lado de la zanja), acelerando a tope y con la rueda derrapando, y empujando con todas mis fuerzas. Tan grande fué el esfuerzo, que salí gritando como un loco, completamente empapado en sudor, y exhausto... pero muy contento de haber salido del problema, pues en más de una ocasión durante la maniobra, atascado y desesperado, creí imposible sacar la moto de allí.

En este vídeo podéis ver parte del recorrido por el bosque (muy frondoso), y el momento (al final) en que me quedo atascado.

vídeos del viaje: explorando los Apeninos



vídeos del viaje: estrenando mi nueva tienda

Hay que ver la de tiempo que me sobra ahora con la nueva tienda instantánea...

montes Apeninos


El recorrido de hoy me ha llevado desde la casa de David, en Milán, hasta un pequeño claro en un bosque de almendros, en un ricón de la Toscana, desde donde escribo estas líneas, de nuevo metido en mi tienda (estrenando una nueva, por cierto...).
He cruzado los montes Apeninos en moto por segunda vez en mi vida. La primera vez fué por el famoso "Passo Della Futa", desde Bolonia a Florencia, hace cuatro años. En esta ocasión por un paso menos conocido (y encima no recuerdo el nombre...), ubicado en la intersección de la cordillera con una línea recta imaginaria que uniese Milán y Pisa (mi próximo destino).
He disfrutado plenamente de la conducción, trazando las curvas suavemente, con cariño, como deslizando un pincel sobre un lienzo blanco, dibujando los rizos de un cabello dorado, del tono de la última luz de la tarde, que colorea el bosque y la franja inferior del cielo, y te hace entornar los ojos levemente.
He rodado despacio, sin prisas, dejando correr la moto en las curvas con marchas largas, sin fuertes retenciones, tan sólo fluyendo a través del asfalto como las nuevas imágenes lo hacían por mi mente. Absorto en mis pensamientos, con la vista al fente sin fijarme en nada concreto, conduciendo sin pensar, como escuchando una música de fondo a la que no prestas atención, pero que sientes está ahí.
Aquí me siento como en casa, pues el paisaje de bosque mediterráneo y montaña me recuerda mucho a la Alpujarra. A la salida de las curvas casi puedo oir el rugido de la Ducati de Chema, acelerando poderosa, como si ascendiésemos rodando juntos, como tantas veces, rumbo a Bubión, a la espalda de Sierra Nevada. Este recuerdo me lleva a añorar a mi amigo, y aquella tierra sorprendente donde puedes respirar la brisa del mar desde una montaña nevada.
Aquí tienes la misma sensación, lo que convierte este lugar en un sitio tan especial para mí.
Y ahora, en silencio, cubierto ya por el manto oscuro de la noche, oyendo el canto de los grillos y el sonido de las hojas de los árboles al mecerse suavemente, pienso en los contrastes de este viaje. Anoche, en compañía de una chica preciosa, charlando relajados en uno de los locales de "gente guapa" de Milán (carísimo), llevando camisa, recien duchado y afeitado. Y hoy, perdido en mitad de un bosque, en una tienda de campaña, sin otro aseo que lavarme cara, manos y dientes con una cantimplora de agua.
Y al lado de la tienda, la misma moto en cuyo espejo me daba anoche los últimos retoques en el pelo (nada que hacer, está ya fuera de control y parezco Jack Nicholson en "El Resplandor"), aparcada en la acera en el centro de Milán, y que luego nos llevó de paseo por sus calles. La misma que me ha traido hasta aquí, un par de kilómetros fuera de pista, atravesando el frondoso bosque, sorteando zanjas, piedras, troncos caídos...
Contrastes de un viaje en el que estoy, o eso intento al menos, abierto a disfrutar lo que venga en cada momento...

curiosidades del viaje: flores de zanahoria


Paseando por el centro de Milán nos topamos con este artista, que transforma trozos de patata, remolacha, cebolla o zanahoria en preciosas flores... Dotado de materia prima e insrtumentos básicos, sentado tranquilo en el suelo, va dando forma a sus creaciones... absorto en sus pensamientos, ajeno a cuanto le rodea, sin prestar atención a las escasas monedas que de vez en cuando alguien le deja caer.

Su mirada era triste, su postura abatida, su aspecto humilde... sus flores magníficas.

los mejores momentos de Milán


El paseo en bici con David, al día siguiente de llegar, de compras a Ikea, recorriendo el centro, por la calle de su escuela... Despreocupados, felices.
Las cenitas en la terraza de su piso, con su novia Rocío, con su amigo Sebas... gnocchi al queso gorgonzola, ensaladas con rúcula y mozarela fresca, tortellini caseros... al fresco de la noche y la luz de las velas... llenas de recuerdos, de risas, de silencios y pensamientos...
La visita al Duomo. Sus paredes luminosas de mármol blanco, pobladas de elaboradas esculturas y relieves. Sus espectaculares vidrieras, que parecen desafiar las leyes de la física, tan altas, tan esbeltas, de aspecto tan frágil, tan liviano. La atmósfera sobrecogedora de su interior, tan fresca, tan silenciosa. La luz defragmentada en todos los colores de su espectro al atravesar las vidrieras y pegarse, tamizada, a la piedra de las imponentes columnas del interior. La misma que ilumina desde diferentes ángulos sus estatuas, en un juego de color y claroscuros que parece dotarlas de vida propia.
Los paseos por la espectacular galeria Vittorio Emanuele, llena de actividad, de vida... o por los jardines del Castello Sforzesco.
Momentos de reencuentro, de amistad. Momentos de emoción, de descubrimiento. Momentos de nostalgia, de reflexión.
Momentos de Milán.

23 de agosto de 2010

y entonces llegó ella...

Tengo que reconocer, en honor a la verdad, que la razón por la que no he escrito en los últimos días es porque, en cierta manera, había perdido mi inspiración.

Al poco de volver de Suiza empecé a sentir que este viaje estaba llegando a su fin, que ya lo había exprimido al máximo, que no tenía mucho más que ofrecerme...

Casi no he podido estar con David, pues ha tenido que trabajar muchísimo para sustituir a dos compañeros de baja, y no hemos pasado unos días viajando juntos, como teníamos pensado.

Supongo que esa sensación también se debe a que hace más de una semana que aparqué la moto, que plegué la tienda, que abandoné el camino...

Creo que, además, el cansancio acumulado, el estado de la moto, el echar de menos a mis padres, los nuevos propósitos y proyectos... me hacían tener la mente más en el camino de vuelta que aquí, en Milán, y ahora.

Pero entonces este viaje me sorprendió con un último regalo, con la oportunidad de conocer a una persona fascinante, Martine.

Me acerqué a hablar con ella movido por la curiosidad, pues escribía en un cuaderno sentada al borde de una fuente, en la que yo me había metido descalzo, muerto de calor. Mentiría si no añadiese que también me llamó la atención su belleza. Unos minutos después, charlando sentados con los pies en el agua, descubrimos que ambos viajamos sólos, de distinta manera pero con motivos similares, y escribiendo lo que experimentamos y sentimos.

El tiempo que hemos pasado juntos las dos últimas noches (escaso, pues ella se volvía a Holanda), hablando sobre nuestras vidas, sobre las personas a las que hemos amado, sobre nuestro aprendizaje, nuestro camino, nuestros sueños... sentados bebiendo cocktails en un bar llamado "Deseo", o rodando de noche por el centro de Milán, pertenecen a aquellos momentos del viaje tan difíciles de narrar. Instantes íntimos, intensos, fugaces, que mientras los vives sabes que no podrás retener, que debes disfrutar al máximo y dejarlos ir, pues aunque no vuelvan siempre te acompañarán en tu memoria, en tu camino. Como llegar anocheciendo al Mont Saint Michel, como el paseo en moto al amparo de la noche por las calles de París, como cuando Ian y yo nos secábamos al sol, tras saltar a un lago, desnudos, salvajes, libres, felices... Sensaciones que no alcanzo a transmitir, pero que supongo, que a través de vuestros propios recuerdos, llegáis a comprender.

Experiencias como ésta que me llevan a aquella conclusión que considero más importante de lo que necesitaba descubrir en este viaje, de lo que necesitaba comprender... en un viaje en solitario, de búsqueda interior, de introsprección... en un recorrido que me ha llevado a lugares maravillosos, a experiencias únicas... aquello que realmente me ayudará a calmar el caballo salvaje que siempre convive conmigo, encerrado bajo mi pecho, tratando de correr desbocado, libre... aquello que no podía ver...

que la felicidad no es completa si no es compartida.

21 de agosto de 2010

un pequeño paréntesis


La última semana he viajado con mi amigo Isaac, que voló desde Madrid y nos encontramos en Milán, a Ginebra y Berna, atravesando los Alpes suizos. Lo considero un paréntesis en este viaje (Europa en moto), pues hicimos el trayecto en coche (un Fiat Panda que alquilamos en Milán), y durmiendo en hoteles y albergues. Ha sido por lo tanto un reccorrido muy diferente en esencia al que estoy realizando desde que salí, por lo que he preferido hacer una pequeña pausa en mi redacción.

Un descanso para mi cuerpo, una alegría por volver a disfrutar de la compañía de mi amigo, un reecuentro con dos ciudades maravillosas (ya las visité en un viaje en tren con Ian, hace diez años), y un montón de anécdotas muy divertidas (nos hemos partido de risa...).

Así que continúo de nuevo, en este momento desde Milán, la narración de esta historia que pronto (que lástima) llegará a su fin...

vídeos del viaje: en moto por los Alpes



19 de agosto de 2010

Alpes suizos - Maloja


Maloja es una región de los Alpes suizos absolutamente espectacular...

Tras descender las últimas montañas austríacas, poco después de cruzar la frontera con Suiza, te adentras en un amplio valle rodeado de cumbres nevadas que caen, casi en pared vertical, sobre un inmenso lago de aguas turquesas.

La carretera, que bordea el margen derecho del lago (dirección Italia), es amplia y con buen asfalto. Las curvas, muy largas y ligeramente peraltadas, con gran visibilidad, se dejan abordar gas a fondo para salir catapultado, con una sonrisa dibujada en el rostro, hacia el siguiente viraje.

Lo que más llama la atención, con un efecto de atracción casi hipnótico, es el intenso color del agua. A veces parece irreal. Nunca había visto un agua tan clara, tan brillante y tan azul.

En la zona donde el lago es más ancho hay multitud de veleros y surfistas. La brisa ascendente hasta las montañas permite incluso la práctica del kite surf.

Cientos de carriles surcan el valle y se adentran en el bosque, montaña arriba, recorridos por ciclistas de toda edad o condición. Eché mucho de menos mi bici, pues aunque me hubiera encantado rodar con la moto por alguna de las pistas, no quise hacerlo para no molestar a los ciclistas.

Al llegar al final del valle te sorprende que aún no has descendido del todo, ni mucho menos... Te espera una carretera que discurre retorcida montaña abajo, hasta perderse de vista, por una pendiente vertiginosa. De alguna manera asocias que esa gran extensión de agua, con pequeños barcos navegando incluso, no podía estar tan alta.

La carretera parece una gran cuerda soltada sobre la montaña, flácida, cuyos pliegues se amontonan uno encima del otro, conectados por curvas de 180 grados. Estos virajes, llamados "cavatapi" en italiano (sacacorchos), son divertidísimos con la moto. Causan mucha impresión, pues la pendiente es tan fuerte que desde el vértice inicial puedes ver perfectamente el techo del coche que te precede, a la salida de la curva.

Completada esa bajada tortuosa, casi repentinamente, te topas de frente con la frontera de Italia... Tanto es así que la deceleración fué un poco brusca, algo que llamó la atención al poli de la frontera, y por primera vez en el viaje, me dieron el alto cruzando de un país a otro (y ya van diez). Tras una pequeña bronca, echarle un vistazo a la moto en un par de rodeos, y preguntarme si llevaba "chopin de suizerra" (que supuse shoping de Suiza, es decir, compras), me dejó continuar malhumorado (él, que yo iba más felíz que una perdíz).

El último tramo hasta Milán lo hice atravesando una carretera que discurre al margen del famoso Lago di Como. Es una zona riquísima, donde se ven, alrededor del lago, mansiones pegadas al agua con lujosos yates amarrados en la orilla. También hay varios pueblecitos preciosos, encaramados en pequeñas colinas sobre el agua. Todo esto rodeado, aún, de grandes cumbres, que van disminuyendo poco a poco en altura, pero no en frondosidad y belleza.

Un último día en moto por los Alpes, en un recorrido espectacular, y con sentimientos encontrados. Por un lado de alegría por lo que he disfrutado, y por encontrarme con David en Milán. Por otro lado una sensación de pasar demasiado rápido por esta zona (no tener ni un euro se está haciendo ya insostenible, así que he tenido que acortar un poco el recorrido), y un sentimiento de nostalgia, de un viaje (de ya más de 9000 km) que está llegando a su fin, pues de Milán sólo me resta el regreso a casa...

12 de agosto de 2010

una chica afortunada


Hoy he asistido a un hecho insólito. A la salida de un pueblecito en los Alpes, pasando divertido una cola de coches ("estos enlatados se atascan enseguida..." pensaba), me topé de frente con la causa de la retención.

Un coche había golpeado por detrás a una moto, y aunque la chica que la conducía estaba ilesa, la posición en que quedó su moto era, cuando menos, extraña (como podéis apreciar en las fotos). Se mantenía vertical sin necesidad de apoyarla, encajada con el coche. Tras preguntar si todos estaban bien, me acerqué a la moto por si podía ayudar (de desatrancar ruedas sé un rato...), aunque finalmente decidimos no tocar nada hasta que llegase la poli.

La chica no tendría más de 18 años, y la pobre estaba pálida. Conducía una Yamaha de 250 cc (aunque parecía más grande), que a la vista de lo sucedido parece bastante robusta... Los padres iban en otra moto delante de ella.

Tras despedirme de joven motera con unas palabras de ánimo (me dió una penica verla tan asustada...), continué mi camino, eso sí,  muy pendiente de los espejos retrovisores...

de como voy yo...


Ya comenté como va la moto, sus pequeños achaques y el desgaste que va sufriendo... ¿pero que pasa conmigo?
He recorrido 8456 km desde que salí, atravesando 8 países. Salvo unos días en casa de Ian, y un par de noches en hostales, cada noche duermo en un colchón inflable en la tienda de campaña. Paso un mínimo de cuatro o cinco horas al día en la moto, llegando a más de diez en alguna ocasión (como el día que visité Viena).
Pues no tengo dolor de espalda, ni sobrecarga en los brazos o el cuello (ni me duele el culo...). Supongo que los 2000 km de bici previos al viaje me curtieron bastante.
Por otro lado mi estómago, siempre un poco delicado y sensible a cualquier cosa en mal estado, está demostrando una resistencia a prueba de bombas. Ni recuerdo la cantidad de kebabs, pizzas para llevar, perritos calientes y hamburguesas que me he tragado. En Amsterdam me prepararon un kebab cuya carne me estaba esperando allí desde que comencé el viaje... He comido suficiente picante (cuanto menos fresca es la carne más le echan) como para tener una antorcha encendida toda la noche... Durante los últimos cinco días (sin dinero), principalmente he comido sandwiches fríos, patatas fritas de bolsa y galletas, todo comprado en gasolineras (casi el único sitio donde podía pagar con la visa), además de un paquete de jamón cocido, otro de queso y unas rebanadas de pan que llevaban tres países en la moto. Y he rellenado la cantimplora algunas veces en el río (algo más normal, pero que te puede sentar mal).
A pesar de todo, no he tenido más problema que un par de digestiones pesadas, de esas que con una siestecita bajo un olivo se pasan volando.
Pero lo más sorprendente es que no me haya resfriado (perfectamente podría haber cogido una pulmonía)... porque he estado días completos empapado bajo la lluvia, tiritando de frío, para luego dormir en una tienda con goteras! Y de ahí he pasado, en cuestión de horas, a un calor sofocante que te fusiona las botas y los guantes al cuerpo, y la moto (a punto de arder) te quema como una patata caliente...
Cada mañana me levanto lleno de energía (eso sí, nunca antes de las 9:00...), paso el día activo sin parar (salvo alguna pausa para digerir un potingue), y duermo (machacado tras la jornada) como un bebé.
Supongo que mi cuerpo sabe que si me pongo malo por ahí no estará mi madre para cuidarme (lo único que quiero en esas ocasiones), así que estará aguantando hasta que llegue a casa (y tendré que pasar una semana en la cama...).

dinero de plástico


No se cómo no me dí cuenta antes de que ocurriese, pero hace unos días (al pagar el hostal en Praga) me quedé sin dinero en efectivo... Al principio no le dí mucha importancia, "llevo tres tarjetas" pensé... pero el problema era más grave, pues dos de ellas (de banda magnética) han dejado de funcionar, y la tercera (de crédito y con microchip), sólo lo hace con los lectores nuevos, aquellos en los que introduces el pin.
He probado, sin éxito, sacar dinero en no menos de diez cajeros. He llamado a mi banco a ver si podían transferirme dinero de alguna otra forma, pero contestan que fuera de España no...
El asunto ha sido incómodo al principio, limitándome un poco dónde comer o dormir, pero se ha vuelto un verdadero problema hace unos días, pues por donde paso (zonas más rurales o de montaña) sólo me aceptan la visa en los lectores de las gasolineras (los más modernos). Incluso llegué a hacer una compra en un súper para sobrevivir unos días, y tuve que dejar allí las cosas (ya se me hacía la boca agua), pues no me pasaba ninguna tarjeta...
En los campings por los que he pasado sólo aceptaban efectivo, por lo que me he tenido que echar al monte (parezco un guerrillero). No es que me disguste, pero como aquí está prohibida la acampada libre, tengo que adentrarme bastante en la montaña (suerte que mi moto es camperilla), y por la noche paso un pelín de miedo. Mi aseo diario se ha visto reducido a acciones locales contra las zonas más conflictivas, pues una limpieza generalizada supondría meterme en un río demasiado frío hasta para mí (la nieve no está lejos).
Mi dieta consiste en aquello que puedo encontrar en una gasolinera, y algunas cosas que llevan en la moto más tiempo del que quiero recordar...
Pero en fin, hoy he tenido suerte y he encontrado un McDonald´s (antes de emprender el viaje no habría entrado ni a rastras...), donde tienen lectores nuevos y he podido comer algo "decente".

cruzar los Alpes


Comencé el día, de nuevo, chorreando. Durante la noche, cerca de Salzburgo, dentro de mi tienda con goteras, me volvió a caer una tromba de agua. Suerte que esta mañana, bajo un sol que me ha acompañado todo el día, pude secar mis cosas (otra vez).
Mi primer destino ha sido el concesionario BMW Auto Frey, cuya dirección me envió anoche David, en respuesta a mi SMS de socorro (el estado de las pastillas de freno traseras era crítico...).
Tras comprar las pastillas, e instalarlas sin más problemas en un claro del bosque, pude continuar mi camio, rumbo a los Alpes...
Se me hace muy difícil transmitir mediante fotos y palabras lo que se siente cruzando los Alpes en moto. Es como si quisiera llevaros agua sólo con mis manos, y se me fuese escapando entre los dedos, llegando sólo unas gotas.
Imaginaros conduciendo por una carreterita tan estrecha que, muy justos, se cruzan un coche y una moto. Al los márgenes de la calzada una pendiente extremadamente pronunciada, ascendente en un lado, y abierta al vacío en el otro (tanto que casi da vértigo asomarse), totalmente tapizada de mullida hierba. El guardarrail (cuando hay) es de troncos de madera. El camino serpentea reptando por unas montañas tan altas que para ver sus cumbres tienes que alzar la cabeza. Al fondo, en el valle, brilla el agua de un caudaloso río, corriendo veloz y libre. La brisa es fresca, en ocasiones muy fría, sobre todo cuando atraviesas una especie de túneles naturales, formados por árboles que se entrelazan en sus cúspides. El agua discurre descendiendo las montañas en múltiples torrentes. Los pueblos que recorres tienen casas de madera, con muchas flores muy coloridas, y pequeñas iglesias de torres finas y espigadas.
Cada curva que pasa aumenta tu armonía con la moto y con la carretera, hasta llegar un punto en que no piensas, no conduces... fluyes por el camino. Los latidos de tu corazon y las revoluciones del motor se acompasan, tus brazos y piernas se fusionan con el cuerpo de la moto, y los movimientos los marca tu cintura, como danzando sobre el asfalto...
Y es así como tanscurrió el trayecto hoy, adentrándome cada vez más entre las montañas, dispuesto a cruzar mañana por el famoso paso de la región suiza Maloja, y descender hasta Milán donde me espera mi amigo.
He acampado en mitad de la montaña, en un claro hasta el que llegué por un sendero de muy difícil acceso (a unos 100 metros de aquí tuve que descargar la moto para subir una pendiente, pues patinaba con tanto peso...). He cenado (restos que tenía), tras montar la tienda, admirando la imponente montaña que se alza frente a mí, y sintiéndome, de nuevo, libre...