23 de agosto de 2010

y entonces llegó ella...

Tengo que reconocer, en honor a la verdad, que la razón por la que no he escrito en los últimos días es porque, en cierta manera, había perdido mi inspiración.

Al poco de volver de Suiza empecé a sentir que este viaje estaba llegando a su fin, que ya lo había exprimido al máximo, que no tenía mucho más que ofrecerme...

Casi no he podido estar con David, pues ha tenido que trabajar muchísimo para sustituir a dos compañeros de baja, y no hemos pasado unos días viajando juntos, como teníamos pensado.

Supongo que esa sensación también se debe a que hace más de una semana que aparqué la moto, que plegué la tienda, que abandoné el camino...

Creo que, además, el cansancio acumulado, el estado de la moto, el echar de menos a mis padres, los nuevos propósitos y proyectos... me hacían tener la mente más en el camino de vuelta que aquí, en Milán, y ahora.

Pero entonces este viaje me sorprendió con un último regalo, con la oportunidad de conocer a una persona fascinante, Martine.

Me acerqué a hablar con ella movido por la curiosidad, pues escribía en un cuaderno sentada al borde de una fuente, en la que yo me había metido descalzo, muerto de calor. Mentiría si no añadiese que también me llamó la atención su belleza. Unos minutos después, charlando sentados con los pies en el agua, descubrimos que ambos viajamos sólos, de distinta manera pero con motivos similares, y escribiendo lo que experimentamos y sentimos.

El tiempo que hemos pasado juntos las dos últimas noches (escaso, pues ella se volvía a Holanda), hablando sobre nuestras vidas, sobre las personas a las que hemos amado, sobre nuestro aprendizaje, nuestro camino, nuestros sueños... sentados bebiendo cocktails en un bar llamado "Deseo", o rodando de noche por el centro de Milán, pertenecen a aquellos momentos del viaje tan difíciles de narrar. Instantes íntimos, intensos, fugaces, que mientras los vives sabes que no podrás retener, que debes disfrutar al máximo y dejarlos ir, pues aunque no vuelvan siempre te acompañarán en tu memoria, en tu camino. Como llegar anocheciendo al Mont Saint Michel, como el paseo en moto al amparo de la noche por las calles de París, como cuando Ian y yo nos secábamos al sol, tras saltar a un lago, desnudos, salvajes, libres, felices... Sensaciones que no alcanzo a transmitir, pero que supongo, que a través de vuestros propios recuerdos, llegáis a comprender.

Experiencias como ésta que me llevan a aquella conclusión que considero más importante de lo que necesitaba descubrir en este viaje, de lo que necesitaba comprender... en un viaje en solitario, de búsqueda interior, de introsprección... en un recorrido que me ha llevado a lugares maravillosos, a experiencias únicas... aquello que realmente me ayudará a calmar el caballo salvaje que siempre convive conmigo, encerrado bajo mi pecho, tratando de correr desbocado, libre... aquello que no podía ver...

que la felicidad no es completa si no es compartida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amen.

En cualquier caso, recuerdame que te haga algunos comentarios sobre este texto, algunos jocosos, otros no tanto..porque sabes que se dice también que la vida son esos pequeños detalles (y esto también va con doble sentido :)

Isaac.

Anónimo dijo...

Siempre encontramos algo o a alguien que nos inspira y saca lo mejor de nosotros :)
mañana vuelvo a casa... he estado unos días fuera,ya te escribiré un correo cuando llegue si es que sobrevivo al jet lag,que no creo.
un abrazo.

Anónimo dijo...

aaaaaaaah, el nombre,

isabella

Anónimo dijo...

hola guapo!!!
Bueno bueno, maravillosas las emociones que has sentido don esta chica.... y sin duda la conclusión a la que llegas es una gran verdad.

Aunque haya momentos de cansancio o bajón..te encuentras con otros que son los que hacen que tu viaje sea inolvidable.
Estoy inspirada bajo el efecto de tus palabras...jajaja

Cuídate mucho
Un besazooo
Mari

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