29 de julio de 2010

Suecia, entre lagos y bosques

El silencio de la noche, sólo quebrado por el sonido de los patos y los grillos, apacigua y sobrecoge a partes iguales. El reflejo azul de la luna se mezcla en el agua con la última luz dorada que dejó la tarde, tintada sobre las nubes del cielo.
Estamos en Suecia, perdidos entre bosques, junto a un lago que se fusiona con el mar por un extremo rocoso. Acampados a pocos metros del agua, en un terreno por el que hemos tenido que luchar (a pedradas) contra los toros, que trataban de defender su territorio ante estos extraños, intrusos en un mundo que no es el suyo. A unos cientos de metros de aquí, rodando con la moto por un terreno tremendamente húmedo y tupido de alta hierba, vimos correr dos ciervos. Sobre el lago vemos pasar parejas de cisnes. Esta tierra rezuma vida, en ocasiones parece salvaje.
Dejamos Copenague por la mañana, con la moto cargada de bártulos y los corazones cargados de ilusión, de esperanza. Ansiosos por adentrarnos en lo desconocido, por recorrer este país escandinavo, paraiso natural. Y hablo en plural porque esta parte del recorrido no la hago solo, Ian me acompañará hasta Estocomo y vuelta a Copenague.
A medida que avanzamos hacia el norte sentimos la brisa cada vez más fresca, pero a la vez más intensa, repleta de aromas nuevos. O quizá no son nuevos, y en vez de descubrirlos los estamos recordando, como si siempre hubiesen estado ahí, impresos en el subconsciente, y es ahora, cuando nos llegan tan puros y con tanta intensidad, cuando realmente despiertan nuestros sentidos. El olor a pino salvaje, a lavanda, a tierra mojada...
Llegamos a esta isla cruzando un pequeño puente de madera, único punto de acceso, que se alza poco más de un metro del nivel del mar, y divide dos grandes universos de agua salada, tan calmada que parece un gran espejo, y que a ambos lados del puente separa esta pequeña porción de tierra de la península.
Atrás dejamos una larga carretera de asfalto negro, como la piel de una serpiente gigante, que se desliza suavemente zigzagueando por la hierba, entre grandes extensiones de árboles y agua.
Y aquí, sentado junto al lago mientras escribo estas líneas, viendo como el día se escapa por el horizonte, respiro profundamente y me siento, como este lugar, lleno de vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joaquin amigo, ¿no lees los mail?, te envié uno hace algunos días...te escribo por aquí a ver si hay más suerte. Me voy de viaje este Jueves y depués casi empalmo para verte en Milan, así que contacta conmigo please.

Isaac.

Anónimo dijo...

Qué suerte tenéis, y yo aquí currando :)

Ya me enseñaréis las fotos si es que consigues volver en esa moto, porque tienes razón en una cosa, si miras el mapa estáis en el quinto pino!!!

Un abrazo,

Néstor

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