9 de agosto de 2010

de nuevo en moto por Alemania

En un comentario a la entrada en la que comentaba lo poco que me gusta rodar por tierras alemanas, Isaac sugería que quizá guardaba cierto rencorcillo por una historia reciente que él conoce. Como quiera que se trata de una pequeña "disputa" personal que no afecta a todo el pueblo alemán, y que si me quedaba algún ánimo de revancha se me apaciguó tras el repaso que les dimos en el mundial, sería estúpido por mi parte estar condicionado por ese asunto y no disfrutar de esta parte del trayecto.
Aclarado este punto, puedo decir abiertamente, y sin ánimo de ofender a nadie, que no soporto conducir en Alemania...
Tras descender con la moto del Ferry que me llevó a Rostock (Alemania) desde Gedser (Dinamarca), me encaminé hacia Berlín por una autopista (casi la única ruta), dispuesto a no dejarme pisotear esta vez por los chuletas del carril "superseries". 15 minutos después tuve que abandonar el intento, harto de esa locura, pues llevaba un rato rodando cerca del límite de la Poderosa (mejor no digo a cuánto), perseguido por varios coches...
Dejándoles a ellos la competición "a ver quién es más tonto y se mata antes", comencé a recorrer una carreterita en un entorno precioso (eso sí, casi 70 km más para el mismo destino), pero ahí no terminaron mis problemas... En este nuevo camino, donde la moto, sin forzar, es múcho más rápida que los coches, los conductores parecen no tomarse bien que los adelantes con tan manifiesta superioridad. Cuando los estás rebasando pisan el acelerador a tope, y aunque en la mayoría de los casos la Poderosa se parte de risa ante tan ridícula defensa, la cosa no tiene tanta gracia cuando el que te lo hace conduce un Porsche de 400 CV...
Por otro lado están las retenciones a la entrada de los pueblos, donde, cumpliendo una de las leyes básicas de los vehículos de dos ruedas, rebaso todo coche existente hasta alcanzar la "pole position" bajo el semáforo... Me han pitado no menos de 20 veces haciendo esto, e insultado a voces por la ventanilla al menos tres conductores. En dos ocasiones incluso han tratado de cerrarme el paso moviendo los coches (sólo tratado claro, porque me escapo como el Correcaminos, bip bip incluido...). Siempre paso sin estorbar a nadie, y sin rozar las maletas ni un pelo (ya les tengo la medida tomada...). Bueno, miento, en realidad en un hueco un pelín ajustado le estrellé a un monovolumen un paquete de magdalenas que llevaba colgado de la maleta izquierda (mala idea), pero salí yo perdiendo, pues mientras que a él sólo se le pegó un rastro de chocolate, yo me quedé sin desayuno.
Pero lo peor es circular por la ciudad, como pude comprobar en Berlín, pues a lo anterior hay que añadirle otro detalle que les molesta. Si aparco la moto en la acera (pegada al borde, sin obstruir ningún paso, como hago siempre), los transeuntes me miran con mala cara, e incluso algunos me regañan. El caso más grave lo protagonizó un señor, que tras escupirme unas cuantas frases en ese idioma tan bonito (no quiso escuchar, en inglés, que sólo iba a comprar una pegatina de Alemania), llamó a la policía. El caso es que me entretuve un poco charlando con la dependienta, que además de guapísima era un encanto (a ella no me hubiera importado escucharla en su lengua nativa), y cuando salí estaba llegando un furgón de la poli (seguramente no tenían nada más urgente que hacer en una ciudad tan grande...). Suerte que salí con el casco puesto, y que en ese momento llegaba el autobús, porque entre el barullo pude escabullirme sin más explicaciones..
La verdad es que no esperaba la amabilidad exquisita de los franceses, que se apartan en carretera para que pasen las motos, pero sin duda, con mi carácter, nunca me adaptaría a esta mentalidad tan cuadriculada (y observo que se manifiesta también en otros ámbitos, no sólo en el tráfico), según la cual la moto debe circular, en todos los casos, como si fuera un coche.
He circulado en moto por ciudades que son un auténtico caos, donde impera la ley del más fuerte (en este cáso del más ágil), como París, Roma, o la misma Málaga, y sin duda las prefiero.
En fin, y volviendo al punto inicial, no estoy viajando para criticar a nadie, ellos tienen sus costumbres (algunas admirables, y mucho mejores que las nuestras), y yo las respeto (o trato de hacerlo, porque se me cuela la moto entre sus líneas defensivas, como Pujol saltando de cabeza...).

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