6 de agosto de 2010

Las personas del camino: Fredrik




















Una de las mejores cosas que me han pasado en este viaje ha sido conocer a Fredrik. Estábamos Ian y yo junto a la gasolinera de Finspang, a unos 180 km al sur de Estocomo (donde acabábamos de comprar líquido refrigerante y desmontar media moto), cuando se acercó a nosotros en su BMW HP2 1200 (un pepino...), y nos preguntó, en castellano con acento sudamericano (para nuestro asombro), si podía ayudarnos. Como ya estábamos acabando, y no se podía hacer mucho más por la avería, estuvimos charlando un rato.
Nos contó que aunque es sueco (por su aspecto no hace falta que lo jure), habla español debido a que pasó casi dos años viajando por Sudamérica... y gran parte del recorrido lo hizo en moto! Nos dijo que le había sorprendido mucho ver la matrícula española, pues en sus muchos viajes (que más adelante detallaré), nunca se había cruzado con un motorista español tan lejos de casa.
Cuando le contamos sobre mi viaje, y nuestro trayecto juntos, nos invitó a visitarlo a su casa, que según nos contó está en un lugar muy bonito cerca de un lago, con buenas zonas para acampar. Como queríamos llegar esa noche a Estocolmo, y nos venía persiguiendo un nubarrón negro, le dijimos que tal vez a la vuelta, el sábado. La verdad es que estaba muy complicado, pues para el sábado por la noche habíamos quedado con Ramiro a mitad de camino, un amigo motero que vive en Copenague.
Como quiera que el sábado el mariquita de Ramiro nos dejó tirados porque le asustaron cuatro gotas (es broma, te mando un abrazo), y que la primera parte del recorrido hasta nuestro destino, Jonkoping, la habíamos hecho muy rápido, Ian se acordó cuando pasamos por Finspang, y me propuso ir a visitar a Fredrik.
Se quedó corto cuando nos dijo que vivía en un lugar muy bonito... Vive casi al final de una carreterita perdida entre bosques que termina en un lago. Encontramos el lugar sin problemas porque nos lo había señalado en el mapa del GPS cuando nos conocimos.
Le dió mucha alegría vernos aparecer por allí. Tanto congeniamos, y tan bien nos sentíamos en aquel lugar, que al poco de llegar nuestras cosas estaban desperdigadas alrededor de la moto, yo correteaba descalzo por el cesped jugando con su niña, Hermine, de tres añitos, Ian cuidaba a su niño, Eskil, de poco más de un año, y Fredrick cocinaba unos espaguetis boloñesa riquísimos, con cebollas y zanahorias de su huerta, para que almorzáramos juntos. Antes habíamos ido los cuatro a bañarnos (aunque los pequeños no lo hicieron) a uno de los lagos cercanos.
El sitio es increíble... la casa está formada por varias construcciones de madera de más de 100 años de antiguedad. En una de ellas almacenan gran cantidad de leña, y un camioncito militar antiquísimo para transportarla (que circula sin problemas por el bosque). En otra de las construcciones, antiguas caballerizas, guarda un Volvo berlina de los años sesenta, restaurado por él mismo, y varias motos. El resto de las construcciones son: un cobertizo para unas cabritas graciosísimas, una casita para invitados preciosa, y su propia vivienda.
En la entrada de la casa hay un gran mapamundi con las rutas de los viajes de Fredrik pintadas en rojo (no sé si se aprecian bien en la foto). Ha recorrido Australia, durante seis meses, en perímetro por la costa, con una Honda Dominator 650. Estados Unidos de Este a Oeste, Alasca (hasta lo más al norte que llegaba un carril, con una sóla gasolinera en 800 km), y la ruta Panamericana completa, durante once meses, con una Kawasaki KLX 650. Todos los viajes en solitario, con una tienda de campaña, un hornillo, y poco más... increible! Estuvimos viendo fotos con él hasta la noche, muy tarde. Tiene un montón de álbunes grandísimos, y nos dejó con la boca abierta. Podría llenar varias páginas describiendo las imágenes que vimos y las vivencias que nos contó, que sólo son una ínfima parte de todo lo que vió y le ocurrió. Nos sentimos unos privilegiados de poder escuchar esa historia tan apasionante de boca de su protagonista.
Por la noche llegó su mujer, Anja, que es Alemana y un encanto. Nos preparó las camas de la casita de invitados (nada de dormir en la tienda de campaña, me dijo...), y estuvimos cenando pescado ahumado (riquísimo) que trajo del norte, y lo hicimos al aire libre y bajo la luz de unas velas. Ian y yo nos mirábamos, felices, sin creernos nuestra buena estrella: cenando con aquella familia maravillosa, en aquel lugar tan bonito, y escuchando aquella historia...
En un momento de la noche en el que Fredrik callaba y nosotros hablábamos con Anja, lo miré y lo ví con la mirada perdida. Tenía los ojos húmedos y podía ver en ellos el resplandor de las velas. Comprendí que su mente estaba a miles de kilómetros de allí, en los bosques de Alaska, en las montañas de Perú, o en la selva tropical... Comprendí que aquel hombre tenía dentro más de lo que podíamos imaginar. Comprendí la suerte y el privilegio que tenía por estar allí, por tener a Ian como compañero de viaje, por haber vencido el miedo y haber llegado hasta ese lugar.
Aquella noche, acostado en la casita de invitados (uno de los lugares más bonitos donde he dormido), escuchando los grillos y el sonido de los árboles, mecidos por la misma brisa que entraba suavemente por la ventana, cerré los ojos y repasé mentalmente el recorrido que me había llevado hasta allí, y me dormí, cansado, reflexivo, y feliz...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder tío qué bien!!!! como me alegro de todas las cosas bonitas que te están pasando...y de las personas que estas conociendo.
Un abrazo.
Alonsete

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