4 de agosto de 2010

Ian



Como ya comenté al comenzar a escribir el blog, que Copenague fuese uno de los puntos clave del recorrido se debe a que mi amigo Ian vive aquí. También el hecho de que haya cruzado Suecia (sólo un tercio, es un país muy extenso) hasta Estocolmo, pues es un recorrido que propuso él, y en el que me ha acompañado.

Recorrer más de 1400 km en una sóla moto, y en las condiciones en que hemos viajado, no es algo que se pueda hacer con cualquiera. A pesar de contar con un asiento delantero muy confortable, el puesto trasero de mi moto no es demasiado cómodo (al menos para pasar tantas horas encima) para una persona de nuestra altura y peso. Además, hemos tenido que compartir el escaso espacio para el equipaje, que por otro lado yo ya llevaba a tope cuando llegué (solo) aquí. Durante este recorrido nos ha llovido (más bien diluviado), hemos pasado sed (nos quedamos sin agua), frío, hemos acabado mosqueados (quiero decir comidos por una plaga de moscas junto a un pantano), hemos tenido problemas con la moto (ya los detallaré), hemos compartido una tienda muy pequeña... pero todo lo que nos ha ocurrido lo hemos afrontado con buen humor, animándonos el uno al otro, disfrutando en compañía.

Si tuviera que definir en un sentimiento cómo hemos vivido esta aventura lo tendría claro: alegría. Uno de los momentos que mejor muestra lo contentos que estábamos fue cuando dejamos el albergue de Estocolmo, por la mañana, de nuevo bajo una manta de agua. Una familia salía de la puerta de entrada, pertrechados con paraguas y chubasqueros, y se quedaron un rato mirando, atónitos, cómo nos partíamos de risa montados en la moto (tanto que no podíamos mantener el equilibrio, y casi se nos vuelca), no recuerdo por qué tontería.

Nos conocemos desde que siendo niños (no sé con que edad, siete u ocho años), resolvimos una pequeña disputa en el patio del colegio a guantazo limpio. Tras comprobar el equilibrio de fuerzas existente (a cual más bruto de los dos), decidimos dejar de inflarnos la cara y hacernos amigos (como mal menor). Desde entonces hasta ahora, con algunos altibajos y lagunas, hemos conservado nuestra amistad.

Pero es sorprendente, después de casi cuatro años separados (con varios países de por medio), en ocasiones casi sin contacto, que hayamos pasado este tiempo juntos como si fuera ayer (y hace ya diez años) cuando nos fuimos, mochila en mano, a recorrer Alemania y Suiza.

Además de este viaje a Suecia, estoy viendo Copenague a través de sus ojos, y conviviendo con él en su piso (muy chulo y, sobre todo, muy acogedor). También he visitado su empresa (de pilas de combustible), donde trabaja como ingeniero químico, en el departamento de investigación y desarrollo. Con todo esto me llevaré una idea de cómo vive mi amigo aquí, en la otra punta de Europa. En los dos días que me quedan veré de nuevo a su novia, Vicky (te mando un beso), que vuela de Grecia para pasar un tiempo aquí, lo cual de da mucha alegría por verla, pero sobre todo por que puedan estar de nuevo juntos.

Estas experiencias te recuerdan lo afortunado que eres de contar con la amistad de personas como él, un tío con una inteligencia y una simpatía casi tan grandes como su corazón. Y aquí no acaba mi suerte, pues en Milán me espera David, que vive allí desde hace cinco meses, e Isaac, que vuela desde Madrid sólo para pasar unos días conmigo... sin duda lo mejor de este viaje son las personas.

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